domingo, 16 de octubre de 2011

Subida al Aneto

     Vivimos en un mundo lleno de eslóganes vacíos y vacuos. Sin embargo a veces la vida nos regala momentos en los que términos tan bastardamente utilizados como camaradería, aventura, lucha o superación no son simples figuras retóricas, sino realidades bien tangibles.

Uno de esos momentos comenzó el pasado 9 de abril, cuando nos pusimos en camino desde Castellón hasta Benasque con el fin de hacer noche en un refugio de montaña para ascender al día siguiente al pico Aneto, de 3.400 metros de altitud, el más alto de los Pirineos y el segundo más alto de la Península. El trayecto estuvo salpicado de grandes anécdotas y jalonado por muchas risas. Sobre todo tras la repentina desaparición de uno de los coches de la expedición cuando estábamos en camino, lo que generó todo tipo de especulaciones en torno al destino del mismo, a cada cual más disparatada. Llegamos al pueblo pirenaico de Benasque y enlazamos con otros de los compañeros de la expedición que venían desde tierras toledanos. Después de muchas horas de carretera fue un alivio poder estirar las piernas, tomar el aire puro de la montaña y echar una buena cerveza.
Tras este rato la expedición se dirigió al refugio de montaña, llegando a una hora avanzada para el horario montañero, con lo que nos encontramos los mejores sitios del mismo ya ocupados y con la gente ya durmiendo. Pese a llegar los últimos fuimos los primeros en levantarnos, tocando diana a las 5 de la mañana del día 10 de abril, con lo que el incordio que dimos a los allí presentes y que no pertenecían a nuestra expedición fue por partida doble, máxime teniendo en cuenta la escandalosa diana, tocada con un estridente himno de tiempos más gloriosos y las voces viriles que daban los nuestros nada más levantarse.
Tras un fugaz desayuno, que para algunos que recién levantados tomaron una lata de fabada no lo fue tanto, nos pusimos en marcha. Emprendíamos el camino por la cara sur, la menos concurrida precisamente por la mayor dificultad de la misma. La noche estaba aún cerrada y el frío era notable. Con cierta desorientación por parte de la mayoría de los expedicionarios comenzamos el camino por una zona de bosque de montaña, con vegetación no demasiado frondosa por la cual discurría un ahorro y con el resto de algunas nieves. En cuanto salieron los primeros rayos de sol nos encontramos con un paisaje radicalmente distinto en el que los árboles y la vegetación desaparecían casi por completo y nos encontramos con imponentes macizos de piedras que se alzaban a lo alto y que nos parecía desde nuestra posición en las faldas del mismo que prácticamente tocaban el cielo. La situación cambiaba, el camino era empinado, cuesta arriba, con una inclinación importante. Tras unas tres horas y media de marcha tenemos los primeros abandonos. Era la nuestra una expedición importante, de más de diez personas. Un número poco recomendable en una expedición de este tipo, y además compuesta por gente de diversa condición física. Sin embargo los que no podían seguir se retiraron en grupo, de modo ordenado y manteniendo en la medida de lo posible la comunicación con el grueso de la expedición.
Después de mucho andar, sobre las diez llegamos a la primera cima, a la orilla del glaciar, con manto de nieve perpetúa y un paisaje más abierto que dejaba penetrar un esplendoroso sol de montaña que tostaba nuestros rostros. Creíamos tener el Aneto a nuestro alcance y la euforia cundía entre la expedición. Es en esa parada cuando reparamos en un primer fallo logístico. Nuestra previsión de provisiones quedó notablemente sobrepasada por las exigencias de la montaña. Y tras apenas cinco horas de marcha vimos prácticamente agotadas nuestras viandas: un boll de arroz cocido, fruta desecada y algunas piezas sueltas. Tuvimos la enorme suerte de tener a nuestro lado a compañeros mucho más previsores que nosotros, y gracias a su extremada generosidad y nuestro afán de supervivencia podemos decir que nunca pasamos hambre durante la dura travesía.

Llegados a este punto la marcha continuaba en medio de la nieve, aún dura, por lo que no era excesivamente avanzar sobre la misma. Un sol de justicia atemperaba el frío de la misma. Sobre las 12 ya divisábamos más de cerca la cima. Llegó un momento en el que hubo cierta incertidumbre sobre la marcha. Se nos abrían dos posibilidades, y optamos como no podía ser de otra forma por la más difícil: una pared de nieve prácticamente vertical pero que una vez conquistada nos dejaría al lado de la imponente cima del Aneto. En un grupo tan grande era difícil coordinarnos y cada uno emprendió la ascensión por su cuenta, armados con los piolets y los crampones. Pero conforme iba estrechándose el ascenso teníamos que subir coordinadamente. Hasta que se acabo la nieve de la pared y todo eran piedras tremendamente movedizas. Estamos hay una altura muy considerable, en medio de una pared inestable y sin apenas espacio para movernos si no era por orden. Una caída desde esa altura y en esas circunstancias hubiese sido letal. Aparecieron los primeros nervios cuando el primero en subir a la cima nos confirmó la noticia de que por allí no se iba a ningún lado. La expedición, incrédula y un tanto desesperada subió en bloque para comprobar esas previsiones. Estábamos en lo cierto, por ahí no se iba a ningún lado, por lo que tendríamos que volver a bajar todos sin habernos aún recuperado de la tensión de la subida. Poco a poco empezaron a bajar los primeros expedicionarios, los cuales sufrían el continuo desprendimiento de piedras sobre sus cabezas. La situación era compleja, pero todos nos dimos una verdadera lección de afán de superación. Todos y cada uno de nosotros templó sus propios nervios. Cada uno se “salvó” a si mismo, siempre con el apoyo de todos. Pero cada uno fue protagonista de su propia aventura. Con mucho esfuerzo, con una concentración excepcional, con todos los sentidos afilados, fuimos capaces de ir bajando uno a uno. Y una vez aliviados por haber salido de esa lejos de conformarnos emprendimos la ida hacia la cima, aunque tuviésemos que desandar gran parte del terreno, y aunque la previsiones de horario no se cumpliesen. Allá íbamos.

La parte final fue extraordinariamente dura. Pese a la cercanía de la cima esta cada vez parecía más inalcanzable. Sacando una y otra vez fuerzas de flaqueza, poniendo en marcha el más importante de nuestros músculos --el cerebro-- nos mentalizamos de que había que llegar. Y después de enorme esfuerzo lo logramos. Sólo faltaba el peligroso Paso de Mahoma. Extremando las precauciones lo pasamos sin más incidencias. Y por fin allí estábamos, junto a la Cruz que nos recordaba lo cerca que estábamos de Dios, éramos en ese momento las seis personas que seguramente estábamos en el punto más alto de la tierra española en ese momento.
Aún quedaba la bajada. No exenta de complicaciones. Hubo varias caídas, no pocas bastante aparatosas. Hubo momentos de angustia en uno de los compañeros, al metérsele demasiada nieve dentro de las botas y sentir el frío del hielo en sus pies. La camaradería reinó, y pudo usar unos calcetines sin usar de otro expedicionario. Pero también hubo momentos de muchas risas, como los protagonizados por el descenso en trineo (siendo ese trineo alguna prenda o directamente nuestras posaderas) por la nieve a gran velocidad. Habíamos salido a las 5 de la mañana del refugio y los últimos expedicionarios llegamos a las 22 horas de la noche. No estaba nada mal el día. Llegamos de una pieza, cansados, sucios, pero enormemente satisfechos del trabajo bien hecho. Tomamos una buena cerveza nada más llegar al refugio, una de esas cervezas cuyo primer trago jamás se olvida. Y para disfrutar tranquilamente de nuestro triunfo nos bajamos a un albergue del pueblo, donde cenamos, bebimos y cantamos con nuestro corazón puesto en el Aneto y nuestra mente en la próxima cima

.- Tenemos que ir y no detenernos hasta que hayamos llegado.
- ¿Adónde vamos?
- No lo sé, pero tenemos que ir.
JACK KEROUAC, En el camino.

EPÍLOGO

     Hace un par de días estuve con Piru, uno de los protagonistas de nuestra aventura que de forma providencial vino a subsanar nuestra falta de provisiones en el ascenso. Tomábamos una cerveza y nos reíamos recordando anécdotas. Realmente ¡que fácil parecía todo! Pero para poder disfrutar de esos distendidos instantes había que haber estado allí, sufriendo y luchando aquel 10 de abril en el que la voluntad triunfó.